La ontología define en sumo grado lo que es posible conocer y lo que es valioso conocer. Para la tradición cuantitativa, sólo la experiencia compartida –la sagrada coincidencia de lo intersubjetivo– es lo único digno de estudio con grado de certeza, cuando la visión del otro crea la ficción de que la cosa no es relativo a los lentes que la miran. Por ende, nada más lejos de la investigación cuantitativa que saber de la experiencia íntima de un sujeto o un grupo. Por el otro lado, la investigación cualitativa sólo le importa esa experiencia única que deriva a nuestros constructos mentales. En la tradición cualitativa, conocer equivale a explorar la mente humana y sus mecanismos de formación de conceptos, estructuras ideales y sistemas de pensamiento. En la tradición cuantitativa, interesa explorar la naturaleza en sí, en la medida en que pueda captarse por los seres humanos.
De más está decir que los métodos de investigación –instrumentos o estrategias– se oponen diametralmente. Mientras la tradición cuantitativa formaliza instrumentos de investigación y los valida mediante mecanismos estadísticos, la tradición cualitativa se arraiga en estrategias de acercamiento al ser humano, a su experiencia íntima.
Una paradoja metodológica cuantitativa es pretender no aceptar nada fuera de lo intersubjetivo como evidencia, para luego proponer una tesis o generalización incorroborable y nada intersubjetiva. La formalización de las conclusiones en esta corriente por vía de la estadística sobrevalora la mayoría o la minoría, según el caso, y tiende a suprimir las diferencias. Para el cuantitativo es más relevante que el 80% de un grupo de estudios haya recibido beneficios de un fármaco, que ese otro 20% que no recibió mejoría o, peor aún, ese .1% que se perjudicó o murió con los efectos.
La tradición cualitativa reconoce que las estadísticas son un producto humano como lo son las estructuras que deriva de las conceptuaciones humanas producto de la investigación. Limitarse a ellas sería suprimir todos los patrones, conceptos, estructuras y procesos que conforman la mente humana.
Entonces, después de lo anterior, cómo estudiar la cosa en sí en un momento, para luego argumentar que esta no existe, sino el constructo; cómo decir que sólo lo intersubjetivo es digno de conocerse y ser base para la ciencia, para luego oponerse y decir que la realidad psíquica es la materia de estudio; cómo rechazar cualquier experiencia íntima o grupal, para luego utilizarla como estrategia definitiva. Sólo la impostura de una de las dos visiones permitiría esto, pero ¿debemos creer el discurso cristiano de un ateo? O a la inversa, ¿debemos aceptar la visión atea de un cristiano?
Lo dicho…es mezclar chinas con botellas.