Comienzo, en estos tiempos restablecer la lectura del excelente (al menos al principio) libro «The Black Swan» de Nassim Nicholas Taleb. Un ensayo amplio sobre lo incierto, lo improbable y desconocido. Se diría entonces que es un ensayo sobre la nada, pues una vez cierto, el cisne negro ya pasa a ser conocido y, aunque raro, deja de ser una sorpresa total. Esta discusión entra nuevamente en la disputa entre las metodologías cuantitativas y cualitativas de la investigación «científica» actual. La mira cualitativa acusa a la anterior de omitir la diferencia, lo poco o nada probable. Entre la formulación numérica de los por cientos y las altas correlaciones, se omiten los desvíos, ese .01% que podría causar grandes tragedias, cuando nos tocan directamente.
La noción de que toda presencia, aunque mínima, tiene valor orienta a respetar lo existente, independientemente de su cantidad. Al fin ¿quién decidió que 90 es mejor que 10 fuera de los sistemas aritméticos? ¿Una lágrima es más triste que diez? La visión cuantitativa tiende a padecer a todos los niveles de enormes prejuicios sobre lo mínimo o ausente. Lo extraño se aborrece como «anormal» y se priva del goce de las diferencias cualitativas y los descubrimientos.
Otro argumento importante resulta el reconocimiento de quienes previenen los eventos trágicos (el 9/11, por ejemplo), sobre los que los remedian. Si no se vio la tragedia, si no existe la desgracia, se olvida el agente que las evitó. Este mundo, esta historia nuestra está cargada de esos héroes que han hecho posible países, culturas, amores, inventos. No dudemos que nuestra felicidad está fundada sobre los hombros de varios de ellos.
Los cisnes negros, como los patitos feos, los eclipses de sol, son las gracias que adornan este desplazamiento infinito del espacio que llamamos historia.